El precio real de los cambios electrónicos


El precio real de los cambios electrónicos

Recuerdo perfectamente el día que cogí por primera vez un cambio electrónico con mis manos. Por aquel entonces, yo trabajaba de mecánico en un taller de bicicletas. Recuerdo dejar todo lo que estaba haciendo en aquel momento para ir a sellar rápidamente el talonario del mensajero. Me entregó la caja. 

Abrí la caja con las mismas llaves del taller que llevaba en el bolsillo, y de entre todos los recambios que había pedido, solo buscaba uno. En el fondo de aquella caja de cartón encontré lo que buscaba. Extraje aquella caja alargada del interior y rápidamente levanté la tapa. En el interior se escondía, colocado a la perfección como un cuadro en un museo, el cuerpo de un cambio electrónico, un mando de cambio inalámbrico, una batería, un cargador y un posavasos junto con herramientas de regalo.

Al instante pensé: ¿ya está? ¿esto es todo? Quizás para una persona tan analógica como yo esperaba que saliera humo de la caja, o que alguna especie de luz iluminara todo el taller. Nada de eso. 

Tuve que esperar a bajar la persiana a la hora de comer para poder empezar a montármelo en mi bicicleta. El reloj marcaba las 13:01 cuando colgué mi bicicleta del caballete. 

Desmonté todo el grupo que llevaba mi bicicleta, por aquel entonces de montaña, en apenas cinco minutos. Con velocidad y ansia como un niño que quiere jugar con todos los regalos a la vez por Navidad. 

Lo primero que hice fue montar el cuerpo del cambio trasero, que ya entre mis manos, lo sentía más pesado que el que había sacado minutos antes. Pasé la cadena por las roldanas y monté el mando en el manillar. 

Coloqué la batería en el cambio y una pequeña luz verde se iluminó. No pude evitar sentir algo en mi interior. Como cuando en un bingo escuchas por el altavoz uno de los números que están en tu cartón. 

Hice girar las bielas y pulsé el botón del mando, una vez, dos, tres, cuatro veces. Nada se movía. De golpe, un ruido robótico salió de aquel aparato, y empezó a funcionar. Creo que lo probé como veinte veces y sin duda, lo que más me sorprendió fue la finura y la velocidad de respuesta de aquella especie de robot que ahora vivía en mi bicicleta. Apenas tuve que regular los topes y la tensión del cambio. 

El hambre acechaba y decidí irme a comer a casa con la bicicleta. Cuando miré el reloj, eran las 13:32. Treinta y un minutos había tardado en cambiarlo todo y ajustarlo encima del caballete. 

Me dirigí hacia casa, disfrutando de aquella especie de robot que me devolvió la ilusión que sentí cuando probé la primera 29’’, la primera bicicleta con doble suspensión, la primera gravel. 

Han pasado unos años desde aquel entonces y ahora puedo verlo todo con más perspectiva. Puedo ser algo más crítico y hablar desde la propia experiencia. Nunca he sido de los que me ha gustado hablar de algo que no he probado.
¿Tiene sentido el cambio electrónico? ¿Merece la pena la inversión? ¿Es más sostenible? 
Son preguntas difíciles y que abarcan respuestas poco objetivas, razonablemente transgredidas por nuestra propia experiencia. Por nuestro gusto. Nuestra pasión. 

Personalmente, en mi día a día, soy una persona analógica. Me gusta lo clásico, llamar poco la atención y la discreción. Valoro la elegancia, las cosas manuales y el trabajo bien hecho por encima de la velocidad y la producción. Más de sierra que de motosierra. A priori, parece que un elemento electrónico no parece tener un espacio entre todo esto. 

Sin embargo, como mecánico, puedo decir que a rasgos generales, no hay nada más preciso y exacto que un cambio electrónico. Opinión personal, puramente subjetiva. No hay fricción, no hay fundas de cambio pasando como una serpiente por el interior de la bici haciendo curvas antinaturales o cables expuestos a la corrosión o al sudor. La integración de los cables ha mejorado el aspecto visual de las bicicletas pero ha hecho la vida más díficil a los mecánicos. Como la moda de los pantalones pitillos, estéticos pero incómodos.

Las contradicciones aparecieron cuando decidí hacer mi primer bikepacking. Ostras, me voy a ir varios días, ¿Qué necesito?. Antes me llevaba un cable de cambio plegado en cualquier sitio, ¿Qué me llevo ahora? ¿Un batería, un cargador? Dudas. Muchas dudas. 

Opté por comprar una batería de recambio, sustancialmente más cara y pesada que un cable de cambio. Un “por si acaso” del que te acuerdas. Por suerte, la durabilidad de las baterías siempre ha sido muy superior a mis esperanzas. 

Otro aspecto sobre el que he reflexionado los últimos años es sobre la sostenibilidad. Ante una emergencia climática como la que vivimos, en la que la tendencia es abogar por un futuro más sostenible, me genera muchas contradicciones el uso de los cambios electrónicos. 
Todos conocemos, el impacto que tiene la extracción de litio en nuestro planeta. Lenta, dolorosa y que implica un comercio a veces injusto y desigual para los trabajadores de los países procedentes. Quizás inecesario. Quizás es mirar el dedo de quién señala a la Luna.

A pesar de ello, si hago memoria, recuerdo la cantidad de desechos que también generan los cambios mecánicos. Metros y metros de cables y fundas acababan en la papelera semanalmente. Y a pesar de reciclarlo, siempre pensaba que aquello era demasiado voluminoso como para que no impactara de alguna forma en el planeta. No había planta de reciclaje que albergara tanta basura. Por suerte, desde que los frenos hidráulicos se han impuesto, se han reducido considerablemente estos residuos a la mitad. Pero siguen estando ahí. 

Supongo que, como todo, al final es cuestión de poner los pros y los contras en una balanza y ver hacía que lado se inclina. Cuando me atormento con ello, pienso en los automóviles, inmersos en una guerra entre coches eléctricos, híbridos, con gasolina, etc. Nadie saca nada en claro, y a veces siento que poco puedo hacer yo de forma individual para detener esta hemorragia. 

Nadie sabe nada, mucho menos yo. Imagino que lo mejor es ser consciente, hacer un consumo responsable y reparar antes que sustituir. Los cambios electrónicos han llegado para quedarse y los beneficios son evidentes. Si sustituirán a los cambios mecánicos, es algo que está en la mano de todos y todas. Quizás de aquí veinte años las nuevas bicis salen todas con cambios electrónicos, o quizás ninguna. Quizás en un futuro se extinguen los coches clásicos con gasolina y todos nos movemos en vehículos eléctricos, quizás no. 

Demasiadas dudas que nos generan contradicciones con las que estamos obligados a vivir. A convivir. Un sentimiento difícil de expresar.

Por suerte, cuando me aprietan las contradicciones del mundo moderno, me visto, me pongo el casco, y salgo en bici. Escucho el contacto de las ruedas con la grava, y ese petardeo de pequeñas piedras chocando entre sí. Ruido blanco para mi cerebro. Sin quererlo, durante un rato, los problemas se me olvidan, las contradicciones se me pasan, y apenas escucho el zumbido de mi cambio electrónico. Por un momento, el mundo deja de girar, y siento como la felicidad me atrapa, y soy plenamente feliz.

Fecha de publicación: 05/12/2024